30 de octubre de 2012

Taller de escritura.

Me ha mandado el texto (¡Ole, ole y ole!)
Y os lo dejo aquí. Gracias a todos.

La muerte de la escritora - Clary

Iba hacia el ayuntamiento para los papeles que me pidieron algunas semanas atrás. Veo a una mujer asiática y mayor en un banco, sola. Me acerco a ella y veo que tiene un libro en el regazo. La mujer tenía los ojos cerrados y el libro cae al suelo. Cojo el objeto y despierto a la mujer.
-Disculpe. Se le ha caído esto.
Me mira con ojos rasgados y pasa su vista a mi mano.
-Gracias, señor.
Le devuelvo el libro y veo en su contraportada el rostro de la mujer. Siento curiosidad y pregunto:
-¿Es usted la autora de este libro?
Me mira y sonríe.
-Sí, muchacho. No solo la autora, también la escritora.- su acento me dice que ha venido hace poco aquí- Me alegra que me haya reconocido.
Le sonrió y le hago una pequeña reverencia. Su sombrero negro de paja está medio caído de un lado así que se lo coloco.
Esta mujer me da un aire protector.
-Jonathan.- oigo que me llaman- Jonathan, ¿Dónde estás?
-Discúlpeme. He de irme.
Me sonríe y doy media vuelta.
Los árboles comienzan a perder el color, dentro de no mucho caerán las hojas, dando paso al otoño.
Veo a Irene al lado de uno de esos árboles, esperando mi llegada.
Su pelo rubio está suelto y se mueve al viento de verano. Los ojos azules me contemplan al caminar hasta ella.
Tiene veintiséis años, más o menos mi edad. Hace unos cinco años que llevamos saliendo y sigo mirándola de la misma forma.
Lleva unos shorts vaqueros de color oscuro y una camisa azul celeste. Le miro el cuello y veo el colgante que le regalé hace dos años en nuestro aniversario. Ella lee mucho y le encanta un libro llamado ‘Los Juegos Del Hambre’ así que le encargué al joyero el símbolo de la serie de libros. Un pequeño pajarito con una flecha en el pico rodeado de un aro.
-Ya estoy aquí.
Le digo. Mi pelo negro me da en los ojos. Creo que debería ir a la peluquería pronto.
Llego a donde está ella y nos abrazamos.
Empezamos a andar y llegamos al ayuntamiento en un periquete. El encargado, quien está detrás de una mampara de cristal trasparente, me grapa y sella los documentos para poder hacer mi negocio. Soy pintor y me encanta pintar al óleo la montaña. Vivimos en un pequeño pueblo en la falda de esta. Nos abriga del frío en invierno, y nos protege del viento abrasador en verano.
Sujeto los papeles con cariño contra mi pecho y salgo andando abrazado a Irene.
Me paso la tarde entera pintando la preciosa montaña. Un toque por aquí, otro por allá y el contorno ya está listo. Le agrego unos pajaritos en la parte de arriba. Cuando termino son ya las ocho menos cuarto de la tarde. Así que dejo los pinceles y el óleo en una mesita de cristal que tengo al lado.
Entro en casa y huelo la comida para la cena. Irene está preparando pasta. Al terminar vemos un poco la televisión y nos vamos a dormir.
Me despierto sobresaltado a las cuatro de la mañana. Intento conciliar el sueño, pero no quiere llegar a mí. Me levanto y voy a la cocina. Desde allí oigo un sonido muy fuerte. Creo saber perfectamente qué es. He visto muchas películas policiacas como para reconocer un disparo, este es demasiado nítido como para ser de la tele. Salgo despacio por la puerta principal y veo a veinte metros un cuerpo tirado en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, me lanzo al exterior para ayudar a la persona que está tumbada boca abajo.
Al llegar hasta allí y darle la vuelta, bajo la pálida luz de la luna menguante reconozco a la escritora de la mañana anterior. Un golpe sacude mi cabeza y caigo sobre el charco de sangre, aún caliente. No siento nada a parte del dolor punzante en la sien izquierda. ¿Con qué me han dado? ¿Un martillo? Está claro que con algo muy duro, pero no lo bastante fuerte como para matarme.
Recupero la conciencia al cabo de media hora. Miro a mí alrededor y no veo a nadie. Me precipito hasta mi casa y marco el 112 Me atiende una chica que intenta tranquilizarme de cualquier modo. Al cuarto de hora llegan los agentes de policía.
Les explico lo sucedido, pero parecen no creerme por la cantidad de sangre. Todo se llena de curiosos y periodistas. Soy el único sospechoso.